SER
SER
Era el ocaso y tras la montaña una inmensa luz plateada comenzaba a bañar el valle. Su figura esbelta de cabellos grises, largos, sus ojos sabios, sus arrugas marcaban la sabiduría de los años vividos, la sabiduría de la Sacerdotisa.
Su ser, ahí, parado en la cima tarareaba una canción invocando la ayuda del fuego, el viento, besaba la tierra, adoraba el agua.
Su canto subía de tono a medida que sus brazos se abrían de par en par para transmitir, a aquellas quienes la esperábamos expectantes, toda su energía. Debajo, en el valle estábamos nosotras, hermanadas en un círculo infinito, poderoso como lo es todo encuentro de mujeres.
La energía se transmitía silenciosa, se sentía como calor en nuestros cuerpos, iba despertando cada uno de nuestros sentires más profundos. Nos iba acercando a nuestro ser interior, a nuestro verdadero yo con sus luces pero por sobre todas las cosas con sus sombras, porque son ellas las que le dan potencia a luz, la exaltan, la hacen más poderosa aún.
Es en ese buscar, en ese sentir, en ese hundirnos para poder flotar donde cada una de las allí presentes pudimos renacer. Sentirnos libres, sin grilletes para poder transitar nuestra nueva vida, esa que es solo nuestra y en la que somos mujeres, con la intuición plena que ese SER significa.
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